Seguir casada o divorciarte, ¿te enfrentas a este dilema?
Si estás casada y te preguntas si deberías divorciarte, no estás sola. De acuerdo a diversas fuentes, al menos un 40% de los matrimonios en Estados Unidos terminarán en divorcio y ese porcentaje es similar en otros países. Aun así, muchas personas eligen formalizar su unión a través del rito matrimonial, generalmente con la meta de seguir juntos hasta que la muerte los separe. Las razones por las que la gente se casa son diversas: compañía, el deseo de formar una familia, estabilidad financiera, estatus social, creencias religiosas y, en algunos casos, por presiones familiares y sociales. Los motivos para divorciarse también son múltiples: infidelidad, adicciones, problemas financieros, falta de intimidad con la pareja, metas disímiles o el crecimiento de cada cónyuge por caminos separados. En este artículo deseo explorar los motivos por los que algunas personas deciden seguir casadas a pesar de los problemas, así como las razones que llevan a otras a divorciarse aun cuando para muchos dar ese paso resulta difícil y doloroso.
Voy a compartir parte de mi experiencia personal. Me casé a los 27 años. A pesar de que desde muy joven consideré el matrimonio como algo opcional, decidí casarme porque amaba y admiraba profundamente al que fue mi esposo. Estuvimos casados por casi 17 años, durante la mayor parte de los cuales me sentí razonablemente feliz. Desde nuestros inicios, sin embargo, tuve la sensación de que algo no funcionaba bien entre nosotros, pero acallé mis dudas y me enfoqué en lo que sí marchaba bien; el balance, pensaba, era positivo. Pasaron los años, no tuvimos hijos —fundamentalmente por elección— y la convivencia entre nosotros era fluida. Sin embargo, aquello que, con vaguedad, intuía que no marchaba bien al principio, se fue agudizando. Intenté hablar del tema en múltiples oportunidades, pero él respondía con evasivas y me aseguraba que todo estaba bien, que me amaba y que encontraríamos la manera de manejar las áreas conflictivas.
Durante los últimos tres años de esa convivencia, empecé a concientizar la gravedad y profundidad de los problemas que subyacían bajo la apariencia de una buena relación. Sin embargo, no consideré el divorcio como una opción clara hasta unos pocos meses antes del final. Hace ya más de doce años de mi separación, y desde la distancia que proporciona el paso del tiempo, puedo reflexionar de una manera más objetiva acerca de los motivos por los cuales me tomó tanto tiempo aceptar que el divorcio era, no solo la mejor solución para nosotros, sino la única salida para mí.
¿Por qué una mujer como yo, profesional e independiente, siguió en una relación que muy pronto se tornó en algo más semejante a una amistad o un lazo entre hermanos que una verdadera unión de pareja? Porque lo amaba, lo admiraba, confiaba en él y creía que era el mejor hombre del mundo. Porque él tenía cualidades muy valiosas para mí. Porque no veía una razón lo suficientemente poderosa para divorciarme. Porque teníamos un hogar, sin hijos, pero con perros y gatos, y con una tía de él, ya muy mayor —su segunda madre—, quien vivía con nosotros. Más allá de todo ello, que era cierto, subyacía algo más, motivos que me ha tomado años descifrar.
En su libro El banquete, Platón relata una serie de discursos por parte de los asistentes a una cena que giran en torno a la naturaleza del amor. El discurso de Aristófanes, uno de los más conocidos y con mayor trascendencia —junto con el de Sócrates—, refiere la existencia de tres tipos de seres humanos en los albores de la humanidad, relativo al sexo: femenino, masculino y andrógino (combinación de masculino y femenino). Estos humanos poseían una forma redonda, cuatro pies y manos y dos genitales correspondientes al tipo al cual pertenecían. Estos seres eran poderosos, fuertes y ambiciosos y planearon un ataque contra los dioses del Olimpo. Zeus decidió perdonarles la vida no sin antes hacerlos desistir de su insolencia haciéndolos más débiles: los cercenaron por la mitad, convirtiéndolos en dos seres. Este mito explica, de una manera que me resulta tan gráfica como hermosa, la búsqueda constante de los seres humanos de esa otra mitad, esa persona que nos haga sentir completos otra vez. Esta historia, interesante desde varios puntos de vista, la considero esclarecedora en términos de la sensación de fortaleza que nos otorga la vida en pareja y la vulnerabilidad que sentimos muchos luego de la ruptura. El matrimonio, la vida en pareja, nos proporciona seguridad, nos sentimos fuertes y blindados de alguna manera contra las adversidades; somos dos. Dos para tomar decisiones juntos, para acompañarnos en el dolor y celebrar las alegrías, dos que se aman y cuidan mutuamente.
Una mujer a quien llamaré Ana, hermana de un amigo, estuvo casada por unos seis años. Tuvieron dos hijos y cuando el menor tenía alrededor de dos años, ella descubrió que su esposo tenía un romance con otra mujer; no era una aventura, sino una relación. Fiel a sus principios, Ana tomó la decisión de divorciarse. Él se fue con la otra y eventualmente se casaron. Ana volvió a la universidad, se graduó, trabajó y educó a sus dos hijos, quienes hoy en día son dos adultos independientes. Ana enfrentó muchas dificultades como madre soltera pero salió adelante. Uno de sus mayores problemas, sin embargo, fue lidiar con la crítica de su madre. Ésta la ayudó con los hijos pero siempre tomó partido por el ex. Perteneciente a una cultura machista, la madre juzgaba a Ana y la culpaba por la ruptura matrimonial. Aunque salió con algunos hombres, Ana no tuvo otra pareja y hoy, con 62 años, luego de la muerte de su madre —a quien cuidó— y de que sus hijos tienen vidas propias y han tomado cierta distancia de ella, se encuentra asumiendo una vida a solas, sin nadie a quien cuidar.
Hace poco conversaba acerca de matrimonio y divorcio con un amigo que lleva más de 30 años con su esposa. Tienen dos hijos adultos que ya se fueron del hogar. Su relación ha pasado por varias crisis: la ausencia de sexo entre ellos desde hace ya varios años, las horas excesivas que él dedica a su trabajo, la falta de una buena comunicación entre ellos y la proliferación de discusiones que han llevado el matrimonio a los límites de la ruptura. Le pregunté si la amaba y no supo responderme. Me contó que una vez ella habló de divorcio pero no llegó a tomar la decisión. Le pregunté por qué seguía con ella. Respondió: por la esperanza de que algo cambie. A mi pregunta acerca de qué aspectos de su relación él deseaba que cambiaran habló de la comunicación. Me confesó que ya a su edad (tiene más de 60 años), quisiera envejecer junto a la que ha sido su compañera de vida, la mujer que educó a sus hijos. Se han apoyado en las crisis, ambos reconocen al otro como una buena persona, y él piensa que le resulta más fácil trabajar sobre lo que ellos han construido que tratar de iniciar algo nuevo con otra persona.
En mi caso, la decisión de divorciarme me llegó con la misma certeza que la de casarme, pero para ello tuve que enfrentarme a la terrible realidad de lo que ocurría en mi relación. Afortunadamente, ya no me sentía enamorada, pero el descubrimiento de lo que se ocultaba tras la fachada de un matrimonio feliz me sumió en la depresión durante varios meses. El divorcio representa una ruptura tremendamente dolorosa, supone un desgarramiento del tejido que vamos fabricando junto a nuestra pareja y el fin de los planes a futuro que fuimos forjando con los años. Nos planta, además, frente a un abismo en el que flota la pregunta: ¿y ahora qué?
El matrimonio es una construcción social y estamos condicionados a asumirlo como un contrato para toda la vida. Pero, en realidad, no es un estado permanente: no somos casados, estamos casados. Esta aclaratoria debería ser innecesaria, pero he escuchado a varias personas hablar como si estar casados significara algo inherente a ellos y no susceptible a cambio. Y esto, justamente, es lo que nos lleva a percibir el divorcio como un fracaso.
A muchos de los que nos divorciamos, con el pasar del tiempo nos resulta inexplicable el hecho de que no nos hayamos divorciado antes. Creo que, además de los motivos que ya mencioné, seguimos casados por el hecho de que somos maleables; nos vamos adaptando a las circunstancias. Los cambios, por lo general, no ocurren de la noche a la mañana; suceden paulatinamente. Y ahí yace, al menos en parte, la respuesta a mi pregunta de por qué seguí casada durante tantos años: me adapté. Nuestra relación, con sus vacíos, carencias y omisiones se convirtió en mi normalidad hasta que una sacudida brutal me plantó ante la certeza de que seguir en esa relación me resultaba intolerable.
Estas reflexiones abarcan para mí otras relaciones de convivencia que no involucran el contrato o rito del matrimonio. Conozco varios casos de amigas y amigos homosexuales, por ejemplo, que, tras vivir varios años con sus respectivas parejas vivieron separaciones muy similares a un divorcio, con división de bienes incluida.
Aunque considero que los matrimonios que realmente funcionan a mediano y largo plazo son escasos, sí conozco algunos. Una de mis amigas más queridas lleva casada casi tres décadas. Han atravesado etapas conflictivas en las que ella se planteó la pregunta de si deseaba seguir casada, pero se aman, sigue existiendo química entre ellos, han ido negociando los términos de su relación, y hace poco ella me comentaba que ya no pensaba en separarse. Su deseo es envejecer al lado de ese hombre.
Creo que seguir casado o divorciarse entraña dificultades y conflictos propios para cada persona. El proceso de separación se vive de maneras diferentes, pero usualmente afecta no solo a la pareja sino a otras personas cercanas. E iniciar una nueva vida en solitario puede resultar abrumador. El único consejo que me atrevería a dar a alguien que se esté planteando la pregunta de si debe divorciarse es hacerlo cuando la alternativa le resulte insoportable.
6 respuestas a «Seguir casada o divorciarte, ¿te enfrentas a este dilema?»
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Muy interesante!
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Muchas gracias por leerlo, Lucía. Un abrazo.
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Excelente artículo 🙂
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¡Mil gracias, Eddy! Un abrazo.
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Buena lectura, muy bien tema
El divorcio, en muchos casos, es una solución
Mientras ame a mi esposo y mi esposo diga amarme , escogeré seguir casada. Si eso cambiase, no dudaría en optar por el divorcio, no podría estar con quien no ame-
De acuerdo contigo, Caro. Gracias por tu comentario, un abrazo.
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