Milagros y milagritos en mi familia
Nadie está seguro del momento exacto en que empezaron a ocurrir los sucesos inexplicables en la familia de mi mamá, aunque se sospecha que todo empezó con Aquilina, mi abuelita. Aquilina se salvó milagrosamente de la muerte cuando tenía nueve años. Ella, su hermanita Olga Marina y otras seis niñas jugaban en el patio de la escuela cuando el cielo se tornó plomizo y la brisa cesó. Aquilina se encontraba agachada amarrándose los cordones de los zapatos cuando una explosión repentina la lanzó al suelo, dejándola inconsciente. Se despertó en brazos de una de sus maestras. Horas después supo que ella había sido la única niña que salió ilesa del impacto del rayo. Olga Marina y otra de las niñas murieron de forma instantánea, las demás sufrieron quemaduras de mayor o menor gravedad.
Aquilina creció sana y fuerte, aunque en secreto nunca dejó de sentir que le debía algo a Olga Marina, a su madre, a la providencia. La sensación de que vivía una vida prestada la acompañó durante sus restantes 73 años de existencia. Una fría tarde de enero, cuando ya su corazón recrecido a duras penas la mantenía viva, Aquilina se encontraba en la habitación de su casa de tejas rojas, ubicada en un suburbio de su adorada Medellín. Los haces de un sol moribundo se colaban con sigilo por entre los bordados de la cortina de la ventana y Aquilina, sentada en su mecedora de estilo veneciano, intentaba rezar el rosario.
—Padre Nuestro que estás en el cielo… —dijo, al tiempo que miraba al cristo de mesa posado sobre la peinadora de roble diagonal a la mecedora. “¡Este cristo está sucísimo! ¡Eh, avemaría! Gloria Janet viene todas las semanas, pero el día se le va en ver las telenovelas mientras dizque limpia,”— santificado sea tu nombre —“aunque claro, este cristo ha estado en mi familia por… a ver… ¿90? Casi 100 años, creo,”— venga a nosotros tu reino —“sí, como un siglo. Mi tía, la hermana Javier, me lo dejó antes de morir, y ella lo había tenido como por 40 años,”— hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo —“lo voy a limpiar yo misma, qué bobada, así no se puede rezar”, concluyó Aquilina.
Se levantó con dificultad y caminó hasta el baño ubicado dentro de su habitación. Allí tomó una perolita de plástico anaranjado, la llenó de agua hasta la mitad, agarró una toallita de las que usaba para restregarse el cuerpo al bañarse y caminó arrastrando los pies de vuelta a la peinadora, sintiéndose cada vez más cansada al llevar ese peso adicional. Colocó la vasija encima del mueble y cogió el cristo con las dos manos, intentando en vano levantarlo. La figura, de unos 40 centímetros de altura, con su cruz de madera sólida y cuerpo de porcelana, resultaba pesada en extremo para los débiles brazos de la anciana. Aquilina desistió y recorrió con dificultad los escasos pasos que la separaban de la mecedora y allí se desplomó, exhausta. Permaneció un tiempo incierto en un estado de seminconsciencia, hasta que su hija Leticia entró a la habitación portando una bandeja con chocolate caliente y buñuelos.
—Mamá, aquí está su cena… ¿mamá? —exclamó Leticia, preocupada al ver que su madre no respondía— ¿Qué le pasa? ¿Se siente bien? —preguntó casi a gritos, a la vez que dejaba la bandeja sobre la cama y se abalanzaba sobre su madre.
Aquilina reaccionó con pesadez. Se incorporó en su silla a medias e hizo un esfuerzo por enfocar la vista en su hija. Al cabo de unos minutos fue capaz de hablar y le explicó lo sucedido.
—¡Quién la manda a hacer esfuerzos, mamá! —la regañó Leticia— ¿No ve que para eso estamos aquí los demás? Bernardo, José y yo le pagamos a Gloria Janet para que venga a hacer el oficio, y si ella no está, usted sabe que siempre al menos uno de los tres está en casa, acompañándola. A ver, déjeme limpiarle el cristo entonces.
Leticia fue hasta la peinadora y tomó el cristo. Se detuvo en seco. Algo no andaba bien. Encendió la lámpara del techo para tener mayor claridad en la habitación y examinó la figura con detenimiento. El cuerpo de Jesús no solo estaba limpio y reluciente, sino que los dedos de su mano derecha, que se habían astillado años atrás, estaban completos y en perfecto estado. De igual manera lucían como nuevas la nariz y la breve túnica azul cielo que cubría sus partes púdicas, restauradas como por arte de magia las pequeñas roturas que había exhibido como resultado del paso de los años y las múltiples mudanzas. La cruz, por su parte, seguía estando descascarada en algunos lugares, como antes.
Los hermanos de Leticia también inspeccionaron el cristo y concluyeron como ella que algo asombroso había ocurrido. Al día siguiente llamaron al padre Jesús, un sacerdote amigo de la familia que también estaba familiarizado con el estado de la figura, pues había pasado tardes enteras conversando con Aquilina y sus hijos en la habitación de aquella. “Efectivamente, parece ser un milagro”, dictaminó. Les aconsejó, sin embargo, que no lo hicieran público a fin de evitar a la multitud que invadiría la casa en caso de que la noticia se diese a conocer.
Aquilina murió sin dolor tres meses después sentada en su mecedora; el Cristo milagroso, a su lado, la acompañó en su tránsito. La figura pasó entonces a la habitación de José, el mayor de los hermanos, quien era profesor jubilado de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Hombre sencillo y bondadoso, con un agudo sentido del humor y una cultura notable, José pasó su vida estudiando y enseñando, sin encontrar tiempo para formar una familia propia. Dedicó su vida a mejorar la de otros: sobrinas y sobrinos a quienes ayudó a comprar sus viviendas, jóvenes humildes a los que becó a título personal, y muchas otras personas que recibieron ayuda de la mano de ese antioqueño al que, de alguna manera, el dinero se le multiplicaba para dar abasto a su generosidad a través de los años.
Más de una década después del fallecimiento de Aquilina, la vida de mi padre Luis Octavio se apagaba en mi casa de Caracas; el cáncer iba ganando la batalla contra la quimio, el Reiki, la moxibustión, los rezos, la radioterapia, la psiconeuroinmunología, la buena alimentación y todo el amor con el que mi madre Elisa, mis hermanos y yo tratábamos de sanarlo. En la misma época, José fue diagnosticado también con esa fatal enfermedad. “Qué buena broma”, pensó José cuando caminaba hacia los ascensores en la clínica de Medellín. Minutos antes el Dr. Giraldo, su médico de toda la vida y amigo, le había dado la noticia casi al borde de las lágrimas. “Con la situación tan dura que está viviendo Elisa por la enfermedad de Luis Octavio… qué mal momento para darle esta noticia a mi pobre hermana”, seguía pensando José al tiempo que las puertas del ascensor se abrían ante él. Dentro, un viejo de cabello blanco y rostro cuarteado en el que brillaban un par de ojillos titilantes lo esperaba con una sonrisa oblicua. José entró al ascensor aún abatido por sus tristes pensamientos, sin prestar atención al viejo. De pronto, sintió que una mano tibia se posaba con firmeza en su costado, en el sitio exacto en el que habitaba el tumor. “¿Cómo está, profesor?”, escuchó José una voz potente que lo interrogaba, una voz que no se correspondía con la figura enclenque de la que brotaba. José lo miró mudo, una descarga eléctrica sacudió su cuerpo. “No se preocupe, todo va a estar bien. Todo está bien”, afirmó el viejo en el momento en el que las puertas del ascensor se abrían dos pisos más abajo. El viejo le dedicó una última sonrisa y salió sin mirar atrás, dejando a José a solas en el elevador, desconcertado. Luego de un momento de dubitación, José apretó el botón del piso en el que se encontraba el consultorio de su amigo. “Hazme el examen de nuevo, Duver”, le dijo al Dr. Giraldo. Luego de una corta discusión, el médico accedió a realizarle otra vez la prueba, pensando que su amigo se encontraba en estado de choque. Sin embargo, para sorpresa del médico, del técnico, la enfermera y del propio José, los resultados no mostraron rastro alguno del tumor.
Un año después del fallecimiento de su cuñado, José se despedía de este mundo y de sus seres queridos con tranquilidad. “Estoy cansado y aquí ya hice lo que me tocaba hacer”, me dijo la última vez que hablamos por teléfono.
Otros milagritos han ocurrido en la familia. A mi madre Elisa, por ejemplo, no le causó asombro que una rosa reviviera durante la noche, luego de que se marchitara a las pocas horas de ser colocada fresca y rozagante en el florerito que ella le tenía a una figura de la Virgen de Fátima. “Pero Virgen, ¿y entonces?”, le recriminó mi madre a la pequeña estatua cuando se percató de que la rosa no había durado ni medio día. “¿Voy a tener que ir mañana a comprarte otra?”, bromeó con la virgencita, con esa familiaridad que dan los años de convivencia y los dolores y alegrías compartidos. A la mañana siguiente la rosa estaba perfecta y duró intacta en su florero durante 40 días. Elisa tampoco consideró extraordinario el hecho de que la imagen del Señor de la Misericordia que colgaba en la pared de su habitación le sonriera mientras ella le rezaba por la salvación de las almas de los que ya partieron; lo que le resultó extraño fue que sonriera solo del lado izquierdo. Esos sucesos, junto con otros que sospecho ocurrieron en la familia, pueblan nuestra historia de anécdotas que tanto ella como mis tíos se negaron a llamar milagros, ni siquiera milagritos.
26 respuestas a «Milagros y milagritos en mi familia»
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Grace de mi corazón, leer esta historia me transportó al sitio, haces en cada frase que pase por mi mente como una película. Que puedo decir? Mil felicidades y los mejores triunfos. Te llevo en mí corazón, te recuerdo con mucho cariño. Estoy muy orgullosa de ti. Te quiero mucho.
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Evy de mi corazón, mil, mil gracias por leerme y por tu cálido y emotivo mensaje. Abrazos.
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Gracias por ese gesto de generosidad y compartir estos pequeños milagros con tus amigos …
Gracias gracias gracias
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Muchas gracias a ti por leerlo, Pili, y por tu comentario. Un fuerte abrazo.
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Cómo siempre una lectura ligera con un contenido que evoca recuerdos muy íntimos en el lector… Gratamente sorprendido…
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Carlos, muchas gracias por tu lectura y comentario. Saludos.
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¡Caramba Grace, desconocía tus aptitudes de escritora, te felicito! Muy amena e interesante me resultó su lectura. Espero te vaya muy bien con todo lo que escribas . Te mando un gran abrazo. JLP
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José Luis, muchas gracias por leer el artículo. Aprecio mucho tus comentarios. Un fuerte abrazo.
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Grace querida! Tienes una forma maravillosa de transportarnos a cada rincón de tus historias, cómo si hubiésemos estado allí, viendo por un agujero.
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Sheila, querida, muchísimas gracias por leerme y por tu generoso comentario. Te envío un abrazo.
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Hermosa lectura. Milagros y milagros. La disfruté mucho, era como estar ahí. Esperando con ansias más historias propias o inventadas, que al final terminan siendo también propias. Felicidades.
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Iraima, muchas gracias por tu lectura y por tus amables comentarios. Un gran abrazo.
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Grace esta historia es un regalo para el lector. Contada con tanta gracia y detalle que lo hace a uno vivir cada momento como si hubiera estado allí! Sigue escribiendo, que te leo!
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Norelis, mil gracias por leer el artículo y por tu hermoso comentario. Para mi es un regalo saber que me leen y encuentran algo allí que les hable. Yo disfruto mucho escribirlos y compartirlos con ustedes. Un fuerte abrazo.
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Gracias mi Patry querida por compartir esos hermosos milagros vividos en tu hermosa familia . Me llena de mucha satisfacción que disfrutes escribir y las compartas tus escrituras. Realmente me transporte al pasado leyendo todos esos personajes conocidos mencionados en esta maravillosa lectura. Siempre en mis mejores recuerdos
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Muchas gracias, Adela querida, por leerlo y dejarme este emotivo comentario. Un fuerte abrazo.
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Muy linda historia. Las disfruté mucho. La relatas tan bien, que transportas al lector.
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Mil gracias, Lucía, por tomarte el tiempo para leer esta historia y por tu generoso comentario. Te envío un abrazo.
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Gracias amiga me encanto tu historia, escribes de una manera tan divina que me hizo transportar al momento y al espacio. Te deseo muchos éxitos seré una de tus lectoras favoritas. Un abrazo
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Mil gracias por tu emotivo comentario, Yvet. Es todo un privilegio tenerte como lectora. Un abrazo.
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Grace, excelente que tengas esas vivencias familiares para ti, esa parte mítica alimenta la esperanza del alma y por cualquier otro milagro que pudiera llegar a tu vida. He disfrutado tu narrativa, me gusta como lo haces íntimo, ameno y ligero de leer, que tengas una exitosa carrera de escritora, un abrazo
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Hola, Juan Carlos, muchas gracias por leer mi artículo y por tu amable comentario. Un abrazo.
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Me disfruto cada línea de tus relatos !!
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Norma, ¡qué alegría que así lo sientas! Para mí es un privilegio que me leas. Un abrazo.
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Bonito relato… muy entretenido
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César, qué bueno que te gustó. Un abrazo.
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