Autorretrato
Tengo la sonrisa torcida de mi madre y su cuerpo casi exacto; tengo las orejotas de mi padre y su mirada melancólica. La que llevaba los pantalones en casa fue mamá, mientras que papá era un ser algo etéreo. Mi masculino interno sigue entonces el patrón materno, así que me casé con un hombre parecido a ella en muchos aspectos. Y luego me divorcié de él, por supuesto. Tengo el cuerpo decorado con tres pequeños tatuajes que me hice a una edad en la que muchos se arrepienten de los suyos. En mi juventud no me gustaba nada de mí, ahora me gusto (casi) toda: hasta la celulitis que habla de mi femineidad, hasta mis arrugas que dibujan el mapa de lo que he vivido; en cuanto a las canas, esas sí que me las tiño. Tengo un lunar entre dos dedos de mi pie izquierdo que me fascina y el cual podría ser la clave para que alguien desenmascare al extraterrestre que tome mi lugar cuando nos invadan. Nadie, hasta ahora, ha mostrado interés por mi lunar; ningún extraterrestre ha intentado suplantarme. Por si las dudas, reviso mi lunar a diario; sigue allí, soy yo.
Me rio a solas, a carcajadas, y me acompaño, mucho. Hablo conmigo misma, cuando nadie me escucha y, a veces, como si fuéramos dos. Canto a todas horas y bailo sola, en ocasiones, desnuda. Agradezco el privilegio del agua caliente que cae sobre mi espalda, cada mañana, cada noche. Soy una desordenada que ama el orden. Nací sin el chip de la maternidad y con el GPS interno desconectado. Busco la belleza. Soy brutalmente honesta. He sobrevivido a varios viajes al infierno. Me reinvento. Me conmueven los animales, los atardeceres, el mar y los instantes de verdadera intimidad con alguien. Es fácil notar lo obsesiva que soy en algunos temas. Lo que más me importa son los encuentros reales. Soy lo suficientemente valiente para mostrar mi fragilidad. Soy apasionada en todo lo que me importa. Sufro de incontinencia verbal. La nostalgia suele visitarme. A menudo las emociones me toman. Me seducen las madrugadas. Me gusta volar, pero mantengo los pies en la tierra. Soy una adolescente bastante madura. Nunca he encajado del todo en nada de lo que hago. Estoy en un constante proceso de integrar los opuestos que me conforman; ellos se resisten, se contraponen. Soy la suma de mis contrastes.
Persevero; me levanto. Uno de mis mayores lujos es una pequeña ventana que tengo en la ducha. Tiendo a idealizar mis relaciones interpersonales y a algunas personas. Busco ver claramente mi sombra, aunque a veces se me oculta.
No creo en las religiones; creo en la física cuántica. He ido creando, a través de los años, un ritual en el cual participan en perfecta armonía mi ángel de la guarda, un lama, un samurái, Afrodita, los siete arcángeles, mis ancestros y mi yo superior. Tengo fe, pero huyo de la esperanza, pues nos ciega; por algo fue el último de los males que quedó en la Caja de Pandora. Creo en los milagros. Creo que llamamos milagro a aquello que no entendemos. Creo que aún no entendemos qué es la realidad. Creo que nos resulta imposible vislumbrar la realidad acerca del tiempo.
Extraño los abrazos diarios. Enfrento mis miedos con sentido del humor, aunque a veces simplemente los enfrento. Pienso que aún no existe nadie dispuesto a correr hacia mí el día del fin del mundo. Eso me asusta. Me rio del fin del mundo. Temo las alturas. Me lancé en paracaídas. Disfruté lanzarme en paracaídas. Lanzarme en paracaídas no me quitó el miedo a las alturas. No me gustan las sorpresas. Detesto planchar. Durante un tiempo me aterrorizaron los domingos. Una vez tuve una pesadilla de la que desperté en otro sueño en el cual parecía que la pesadilla había sido real.
Amo la cocina. Hace años era un acto íntimo, pero ahora prefiero tener público cuando cocino. Cocinar es una de las mejores maneras que conozco de dar amor. He creado platos el día en que he tenido invitados a cenar y siempre me han salido bien; eso me ha convertido en arrogante. Cuando he alardeado de que mi crème brulée es la mejor del mundo, me ha quedado mal; eso me ha quitado la arrogancia.
Soy una mujer venezolana de nacimiento, colombiana por ascendencia y estadounidense por elección. Soy una escritora que se ha ganado la vida trabajando como ingeniero. Escribo sin tapujos sobre temas de los que converso con mis amigas y que pocas veces hablamos en público. El acto creativo me mantiene conectada con mi alma: es la punta del hilo. A veces las musas han hablado a través de mí; aunque, en la mayoría de los casos, tan solo para jugarme bromas pesadas.
6 respuestas a «Autorretrato»
-
Hermoso… Tal y como te he visto siempre
-
¡Mil gracias, Pili querida! Un fuerte abrazo.
-
-
Pues creo que en tantos años solo te habré conocido el 10% de cómo te describes, pero es cierto que compartimos hoy día una pequeña estampa de nuestras vidas, lo mejor es que te conoces bien y eso es mucho decir de uno mismo. Tenemos que probar esa “Creme Brûlée” a ver si es de Dioses o de arrogantes,
-
Juan Carlos, mil gracias por tu lectura y comentario. Creo que sí conoces mucho de mí, la esencia que perdura a través de los años. Probarás mi Creme Brûlée, por supuesto, para lo cual tendrás que venir a Houston. ¡Abrazos!
-
-
Una mujer venezolana de nacimiento, colombiana por ascendencia y estadounidense por elección, entonces ¿por qué siento la esencia eterna del carácter vasco?
-
No lo sé, Rucio, ¿dime tú? ¿Qué ves en mí de esa esencia? Tal vez tenga ascendencia vasca, pero no lo sé. Gracias por leerme y por tu comentario y análisis. Un abrazo.
-
Deja una respuesta